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¿Quiénes destruyen y por qué?

PATRIMONIO, CIUDAD Y CALIDAD DE VIDA

por Cristian Antoine  
Periodista / Académico  

  Lo decía un usuario de redes sociales hace unos días: “Lo que teníamos en el Parque Balmaceda. Lo que tenemos hoy. Necesitamos reconstruir y para eso hay que erradicar la violencia sin norte. Y no, no es de facho. Es de civilización contra barbarie. Hacer renacer la ciudad”. La foto que acompañaba su posteo era bastante elocuente.


   No se trata solo de destruir estatuas y pintarrajear monumentos. Lo que hemos visto es un atentado directo a la ciudad y lo que ella representa. Es la ciudad la que está en peligro. No me refiero a una ciudad en particular, sino que a su idea como paso hacia la civilización.

Y no, no es de facho. Es de civilización contra barbarie.


   Podría parecer redundante una reflexión sobre la contribución de la cultura a la calidad de vida de los habitantes de la ciudad. Ello porque a todas luces parece bastante evidente y por lo mismo no requeriría de mayor comprobación, los beneficios colectivos que trae a la comunidad el poder acceder al disfrute y goce de los bienes productos del desarrollo del talento humano. Es innegable, la cultura y las artes, por extensión, generan un tipo de bien social valorado colectivamente y que se aprecia como deseable de alcanzar en el entendimiento de una sociedad preocupada por el desarrollo humano y el progreso social. De allí deviene su consideración como un derecho humano esencial y la justificación que los estados encuentran para el mantenimiento, con cargo a los impuestos generales del erario, de museos, bibliotecas, archivos, centros culturales, compañías de teatro, orquestas, estudios de cine, editoriales y todas las demás variaciones que podrían encontrarse en la categoría de organizaciones productoras de bienes y servicios culturales.

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   La calidad de vida es un fenómeno que hoy se concibe como valor posmaterial, producto de la superación de las necesidades básicas de las personas y el tránsito a una sociedad que cada vez más anhela la satisfacción de necesidades tendientes a la estimación, valoración social y en definitiva tal como lo plantea A. Maslow (1972), a la autorrealización humana.
Este fenómeno social encuentra arraigo en las sociedades modernas, pero sin duda, ha encontrado su mayor asidero en las sociedades actuales.

   En estas últimas -sociedades altamente complejas- el concepto calidad de vida, además de aferrarse al imaginario colectivo y usarse frecuentemente en conversaciones cotidianas, se manifiesta como un bien deseado, la condición que la mayoría de los ciudadanos quisiera ser depositario. Incluso el concepto es utilizado como sinónimo de bienestar y felicidad.

 

¿Quiénes no están de acuerdo con estas ideas?, ¿A quiénes, sino que alguien animado de un resentimiento incurable, la ciudad bien dispuesta, vivible, armónica le resulta ofensiva, repugnante y opresora?

 

Tenemos aquí un problema de profundas implicancias. Pero más grave es el silencio de los llamados a resguardarla, a estudiarla y mantenerla. ¿Por qué parece no haber nadie en las alcaldías, gobernaciones, escuela de arquitectura, colegio de arquitectos, etc, haciendo campañas para que se destinen recursos a recuperar el daño que nuestras ciudades han sufrido?

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